El comercio como motivación

Durante el desarrollo de la primera mitad del siglo XIX la Antártida fue escenario de la depredación de la fauna marítima que recalaba en sus costas (lobos y elefantes marinos) por parte de aventureros de distintas latitudes. A veces, la competencia por las zonas de pesca era violenta.

Imagen típica de las embarcaciones de esa época abandonadas en las Islas Shetland y otras del Norte de la Península Antártica.

Las costas patagónicas, la Tierra del Fuego y los archipiélagos australes eran ricos en poblaciones de lobos y elefantes marinos.

Tierras inhóspitas y sin ley, donde mandaban quienes se internaban en esas soledades descontroladas por los gobiernos.

Valiosas para la ambición de los aventureros, cazadores de lobos o focas y también para bandidos y saqueadores de los navíos que encallaban o naufragaban en la brava geografía austral.

Este paisaje anárquico fue propicio para que el hombre fuera cada vez más al sur en busca de mejores negocios.

La matanza ilimitada de focas, lobos y elefantes marinos hizo que estas especies, en búsqueda de supervivencia al impulso de su instinto de conservación, emigren hacia las costas antárticas.

La depredación del lobo de dos pelos, la especie más preciada, hizo que la mayoría de los foqueros regresen al ártico. Pocos de ellos permanecieron merodeando los Puertos del Rio de la Plata y sur de Chile; insistiendo en la actividad que volvía a ser rentable para este reducido número de explotadores.

Estos arriesgados y poco conocidos cazadores del sur fueron más allá de las islas fueguinas, recibiendo su merecido premio a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

En los EEUU, Inglaterra, Australia, Noruega y Francia se organizaron compañías privadas para lograr nuevos lugares de captura, los que una vez localizados mantenían en celoso secreto.

Encontraron en las costas de las islas antárticas numerosas loberías y foquerías para satisfacer sus ambiciones a modo de rico tesoro.

Esta etapa estuvo llena dramas en tierra y en el mar. Aquellos foqueros, rústicos e inescrupulosos, fondeaban sus buques a una distancia de las costas que les permitiera realizar sus lentas maniobras ante los sorpresivos temporales.

Desembarcaban en sus botes y acampaban en un sitio abrigado que pudieran encontrar en la playa, de los que existen numerosos testimonios arqueológicos en las Shetland del Sur.

Una vez instalados, evitando utilizar armas de fuego para no dañar las valiosas pieles, iniciaban la cacería. El procedimiento consistía en formar un cordón paralelo a la playa y arrear a los lobos hacia tierra hasta agruparlos.

Usando pesados garrotes los golpeaban en la cabeza hasta matarlos. Velozmente para evitar el congelamiento separaban la piel de la grasa y las embarcaban mediante los botes a los buques acondicionándolas con sal para su conservación.

La posesión de estos lugares de caza dio lugar a combates entre navíos donde el más fuerte se imponía arrojando a sus adversarios al mar.